Marcelo González, Consultor independiente en tecnología y construcciones de hormigón
marcelo.gonzalez@tecnho.com.ar
Buenas tardes.
Celebro la idea de la AATH de permitirnos presentarnos y dar fe de nuestra existencia y revisar quiénes somos y qué cosas nos han movilizado hasta nuestros días.
Desde que tengo recuerdos, fui apasionado inconsciente de la ingeniería, creo que con mis primeros pasos las manifestaciones tecnológicas me producían asombro y placer: contemplar el agua bajando el vertedero de las dos represas de mi jardín nativo en Paso de los Toros, Uruguay, u observar desde los brazos de mi abuelo los mecanismos de desvío en las playas de maniobra de aquel nudo ferroviario, o ver el movimiento de las bielas, el pistón y el silbato humeante de las últimas Henschel a vapor, negras por el hollín que él operaba entonces. También me sorprendía y fascinaba el avión blanco y la moto italiana verde del martillero vecino a mis abuelos paternos. Ni hablar del reptar de las orugas de las topadoras amarillas que construían la ruta 5, que recorríamos con mi padre, camino a Montevideo, a veces patinando en el barro de los terraplenes, aún sin pavimentar. Quien recuerde tiempos iniciales, coincidirá en que entre los cuatro y los siete años, todo es inmenso y sorprendente. Sin embargo, aquello también formaba parte de una fascinación personal muy particular.
Temprano desarrollé afinidad con las ciencias duras y participé de olimpiadas matemáticas representando a mi escuela. Recordándolo así, no resulta raro haberme graduado como ingeniero en construcciones (UNICEN Olavarría – 1990). La especialidad la elegí como segunda preferencia, pensando en un ciclo básico camino a la ingeniería aeronáutica. En aquellos días, mi familia atravesaba momentos duros e iba a tener que autosostenerme pronto; las obras civiles me gustaban mucho, Olavarría era accesible y tenía amigos que ya estudiaban allí.
En el transcurso de la carrera, las estructuras, particularmente las de hormigón, me atraparon irreversiblemente, opacando definitivamente mis impulsos aeronáuticos. Me casé, me gradué, construí mi primera estructura de hormigón para una línea de trituración en una cantera gerenciada por un viejo amigo y fui padre, todo primerizo y al mismo tiempo. Tengo una foto de Alejandra, quien me acompaña desde la adolescencia, parada con su panza (Leandro) debajo de uno de esos pórticos, a días del primer parto. Eran tiempos hiperinflacionarios, “salí hecho” pero pocas cosas me hicieron tan feliz como aquella saturación emocional.
Después, todo fue más previsible, fue ocurriendo lo que hubiera querido escribir en mi CV, el mismo día de mi graduación: eligiendo hitos destaco mis becas de iniciación y perfeccionamiento en investigación en el INMAT (UNICEN, Olavarría, 1992-1997) donde di mis primeros pasos en tecnología del hormigón, particularmente en durabilidad, y acumulé amigos entrañables, que veo de tanto en tanto y recuerdo casi todos los días. Rescato mi paso por la construcción vial, particularmente la de hormigón (1997-2000) y, otro capítulo aparte para el nacimiento de Lucía, justo al comienzo de mi travesía por la industria cementera, los agregados y el hormigón elaborado en campos de desarrollo y calidad de productos y grandes proyectos de infraestructura (HOLCIM, Córdoba, 2000-2013). Finalmente, pude materializar mi proyecto de convertirme en consultor independiente, que me ocupa hasta el presente, lo cual incluyó la decisión de dejar mi ocupación anterior, increíblemente instructiva, desafiante y vertiginosa.
Desde mi graduación, he investigado y trabajado para obras y procesos pequeños e inmensos de transformación industrial de cemento y agregados, ubicados entre 0 y 5000 metros sobre el nivel del mar. En el ínterin, publiqué papers de investigación, notas de divulgación, etc., algunas que aún hoy me parecen buenas y otras no tanto, porque de eso trata el aprendizaje. He formado recursos humanos de diversos tipos y niveles, representado a las instituciones a las que he servido en organizaciones y ámbitos técnicos, he sido invitado a algunos seminarios locales y foráneos y he cursado algunos posgrados y perfeccionamientos en disciplinas duras y blandas, lo cual seguramente consta en mi CV.
Gracias a mi profesión conocí obras, lugares, personas, culturas y cosmovisiones muy distintas. Aprendí que aún las cosas más complejas pueden resolverse de varios modos. Prueba de ello, es lo que observé en un partido de fútbol jugado con colegas de nacionalidades diversas, sin otra coincidencia que el lugar en el que estábamos, la profesión y la pelota. Allí, pude ver a un arquero aprestarse para atajar parado detrás de la red de su arco. Indudablemente, tanto en el deporte como en la ingeniería, las interpretaciones y soluciones para resolver un mismo problema pueden ser diversas, sorprendentes y fuertemente afectadas por nuestra perspectiva técnica y cultural. Por tanto, seguiré aprendiendo muchas más cosas, que no habría imaginado en mis mejores sueños del verano de 1982, cuando entré por primera vez a preinscribirme al único edificio “verde hormigón” que tenía la Facultad de Ingeniería de la UNICEN en Olavarría.